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Se espera que millones de ucranianos, fundamentalmente mujeres y niños, se exilien forzosamente a países de Europa escapando de los horrores de la guerra1. Más de 2.1 millones de personas han huido2, buscando refugio en países vecinos, como Polonia, la República de Moldavia, Eslovaquia, Hungría, Rumania y Bielorrusia.
En el transcurso desde que Rusia invadió Ucrania, el mundo ha visto las imágenes de mujeres dando a luz en estaciones subterráneas del metro y de recién nacidos siendo trasladados apresuradamente a refugios improvisados, debido a que las instalaciones sanitarias se vuelven inaccesibles o quedan demasiado dañadas como para funcionar adecuadamente3. Se estima que 80.000 mujeres darán a luz en los próximos tres meses en Ucrania, muchas de ellas sin acceso a servicios esenciales de salud materna4. Para algunas, el parto será una experiencia que amenace sus vidas, en lugar de un acontecimiento cargado de esperanza.
Para millones de otras mujeres y niñas, incluidas las que han vivido a la sombra del conflicto en la zona oriental de Ucrania durante los últimos ocho años, la violencia de género es un problema grave que conocen muy bien. Según un estudio del UNFPA de 2019, alrededor del 75 % de las mujeres del país informaron haber sufrido alguna forma de violencia desde los 15 años de edad y una de cada tres informó haber sufrido violencia física o sexual5. Las crisis y los desplazamientos las ponen en mayor riesgo de violencia y de abuso sexual y físico.
Todos estos aspectos las hacen más vulnerables, suponen una exposición de las mujeres a un estrés muy intenso pudiendo llegar a superar su capacidad de resiliencia, definida como la facultad de adaptarse a la adversidad o experiencias potencialmente traumáticas6. Cuando esos límites de adaptación son sobrepasados, la persona puede ser proclive a sufrir el Síndrome de Ulises7,8.
Este síndrome no es una enfermedad, es un cuadro reactivo al estrés prolongado e intenso ante situaciones de duelo migratorio extremo no resuelto, relacionada con la perspectiva de los trastornos adaptativos por estrés. Los síntomas más frecuentes en este síndrome se manifiestan a nivel psicopatológico mediante tristeza, culpa, llanto y las ideas de muerte, debidas principalmente a la sensación de soledad y fracaso. Las relacionadas con la ansiedad suelen reflejarse con síntomas como la tensión, la irritabilidad, preocupaciones intensas y recurrentes, así como la alteración del sueño e insomnio. A nivel somático, aparecen la fatiga y las cefaleas, las cuáles pueden estar ligadas no sólo a la tensión emocional, sino a la mala alimentación que presenta gran parte de este colectivo7,9.
En el caso de la mujer en proceso de embarazo, parto o puerperio, esta sintomatología puede verse especialmente agudizada, ya que ese momento vital se caracteriza psicológica y antropológicamente por la necesidad del afecto y apoyo de las redes cercanas familiares o de personas allegadas, sobre todo en aquellas culturas en las que éste tiene un sentido comunitario10.
Aparecen sensaciones de soledad, abandono, desarraigo, desorientación y miedo ante la falta de redes de soporte, las cuáles se ven acompañadas, con frecuencia, por sentimientos de frustración ante la imposibilidad de acceder al mercado laboral cuando se encuentra en estado de gestación11.
Es complejo que el Sistema Sanitario diagnostique este Síndrome9, lo cual ocurre por desconocimiento, por falta de sensibilidad o por racismo. Esto favorece los diagnósticos erróneos y el tratamiento incorrecto, pues las mujeres suelen ser tratadas como depresivas psicóticas o enfermas psicosomáticas, por lo que el propio Sistema Sanitario se convierte en un factor estresante8.
Cabe decir que está situación no es nueva, pues existen más crisis de refugiados originadas por guerras, personas que huyen de la pobreza, sobre todo en el continente africano6,11,12.
Varios estudios8,9,13 confluyen en que el abordaje del tema debe realizarse desde un enfoque transdisciplinar, desde la perspectiva de la prevención sanitaria y psicosocial más que en el área de tratamiento. La intervención tendrá por objeto evitar que las personas que padecen este cuadro acaben empeorando y lleguen a padecer un trastorno mental estándar (por lo que el trabajo sobre el Síndrome atañe no tan solo a psicólogos o psiquiatras, sino a enfermeras, trabajadores sociales, etc).
El tratamiento psicosocial para las refugiadas debe estar basado en la orientación e información sobre los recursos de apoyo social (contacto con asociaciones, grupos, cursos, etc.) y asesoramiento legal. Paralelamente se debe intervenir sobre los síntomas con una leve psicoterapia que ayude a la contención emocional y a clarificar la confusión. Y cuando existen síntomas paralizantes, como el insomnio o las crisis de ansiedad, se suele administrar fármacos que alivien de forma temporal9,13.
No todos los profesionales sanitarios están capacitados para entender la situación socioafectiva de estas poblaciones y, en algunos casos, en su inoperancia, pueden desmoralizar más que ayudar a las pacientes a que clarifiquen la génesis de los problemas físicos que les han llevado a las consultas médicas. Se recomienda a los sanitarios a nivel educativo13,14:
Teniendo en cuenta la tragedia que nos envuelve actualmente y la situación expuesta, deberemos prepararnos para la prevención y detección precoz de esta problemática, lo cual es clave para evitar la cronicidad de parte de los conflictos psicológicos. Esta concepción situada entre el área de la salud mental y la psicopatología, no ha de banalizarse, pues podría conllevar a un empeoramiento. Es crucial en estos casos el apoyo de enfermeras, mediante una intervención y tratamiento de tipo psicosocial orientadas a reducir los síntomas de estrés y dirigidas a la reconstrucción de estrategias de resiliencia, esto facilitará que las actuaciones que se lleven a cabo sean más eficaces.
Ester Sierra García
Grado en Enfermería. Escuela de Enfermería La Fe, Centro Adscrito a la Universidad de Valencia. Hospital Universitario y Politécnico La Fe. Valencia.
E-mail: estersigar@gmail.com
Carlos Saus Ortega
Matrona. Escuela de Enfermería La Fe, Valencia. Grupo de Investigación en Arte y Ciencia del Cuidado (GREIACC). Instituto de Investigación Sanitaria La Fe de Valencia. Hospital Universitario y Politécnico La Fe. Valencia
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