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Tener una visión de conjunto de la diversidad de espacios y sociedades es una tarea que viene desempeñando la Geografía desde hace décadas; y desde el Desarrollo Local, el ejercicio de pensar en lo global, pero actuando en lo local se marca un punto de inicio a la hora de entender lo que ambas disciplinas pueden aportar en lo concerniente a la salud colectiva, y a la importancia de los entornos saludables.
El espacio geográfico es el resultado de la interactuación de las diferentes esferas que gobiernan los hábitats humanos. Atmósfera, litosfera, hidrosfera y biosfera permiten la existencia de diferentes formas y categorías de paisajes que el ser humano ha ido modelando, explotando y aprovechando en paralelo a su evolución tecnológica y diversidad de formas de organización política. Ahora bien, la construcción social de los paisajes es un proceso complejo que refleja las luces y sombras de quienes allí habitan o mantienen intereses de diversa índole, aunque no necesariamente residan allí. Se trata de unas generaciones que han debido gestionar unos recursos con capacidad de transformar sus territorios, generando con ello unos impactos con amplias repercusiones en la vida cotidiana de las personas. Es en este punto, la acción humana sobre el territorio, cuando la Salud de comunidades y sociedades adquiere interés para la Geografía Humana. Pues permite interrogarnos acerca de si los paisajes condicionan el bienestar humano o, por el contrario, es el bienestar humano lo que condiciona la existencia de unos paisajes saludables. Probablemente una respuesta bidireccional fuera lo más adecuado ante esta dialéctica, puesto que va directo a la definición1 que para geografía de la salud se acepta comúnmente en la disciplina: el estudio a distintas escalas de las relaciones entre salud y lugares.
Los lugares, en efecto, no son espacios neutros o indiferenciados, al contrario, tienen un significado muy marcado por la ideología de cada momento histórico o por las relaciones de poder de quienes los construyeron, y que por definición siempre llevarán aparejado en mayor o menor grado su aceptación o sumisión a él. No hay que olvidar, además, que los lugares tienen un importante componente subjetivo debido a que la percepción que se tiene sobre ellos varía considerablemente según sea la experiencia de quien los viva, los visite o los imagine. Del mismo modo que las estadísticas de desarrollo humano o estado de salud reflejan notables diferencias geográficas cuando se plasman en un mapa a diferentes escalas; sucede lo mismo cuando en el medio urbano o en el rural se evidencia la persistencia de espacios en los que no se considera, o directamente se menosprecia, la diversidad de personas que hacen uso de esos espacios y sus necesidades; de ahí que sea frecuente la persistencia de problemas estructurales que dificultan el normal desempeño de la vida cotidiana. Se trata de comprender hasta qué punto estos lugares de vida y de relación se consideran entornos saludables atendiendo a las desigualdades geográficas en relación al estado de conservación y utilización de infraestructuras, los diferentes estilos de vida, los patrones culturales, las pautas de movilidad o la calidad ambiental, entre otros.
Esta visión territorial del bienestar permite establecer una serie de campos de interés que han permitido establecer un doble nexo entre Geografía y Salud. En primer lugar, las Tecnologías de la Información Geográfica2 han permitido el desarrollo de potentes Sistemas de Información Geográfica aplicados al estudio de la distribución geográfica de patologías, vectores o enfermedades. Desde escalas pequeñas a escalas grandes existen ejemplos de cómo a través de la cartografía se pueden identificar con más facilidad aquellas áreas geográficas donde los problemas de salud pública son evidentes, y mucho más cuando esa información se correlaciona espacialmente con aspectos demográficos, sociales, económicos o culturales de la población local. De igual modo, y bajo planteamientos inspirados en el diseño universal, estas tecnologías geográficas también permiten labores de planificación urbanística3 y regional, lo cual resulta determinante a la hora de construir espacios de vida y relación más inclusivos y eficientes. En segundo lugar, existe un nutrido corpus de aportaciones científicas procedentes mayoritariamente del ámbito académico anglosajón4 que se basan en la importancia del bienestar integral de las personas en relación con la Salud y, especialmente, con la diversidad funcional, los cuidados formales e informales o la organización territorial de los servicios e industrias de la salud. Este doble nexo, uno más técnico y otro más teórico, ha permitido a la disciplina geográfica incidir en aspectos tan contrastados que van desde la localización de paisajes holísticos/terapéuticos capaces de transferir un equilibrio a quienes los observan, hasta el desarrollo de modelos cartográficos de escenarios futuros en donde la crisis climática incrementa los riesgos ambientales -olas de calor, inundaciones o degradación de ecosistemas- frente a la ausencia o ineficiencia de medidas correctoras. Pasando por aspectos tan contrastados como el turismo sanitario, la accesibilidad socioespacial a las infraestructuras sanitarias, o la inequidad en materia de salud entre regiones.
La compresión integral del territorio facilita las tareas que permiten ordenarlo en aras de minimizar aquellas situaciones que nos hacen más vulnerables frente a acontecimientos largamente anunciados, pero para los que, por acción o por omisión, se ha postergado su tratamiento. Sin duda, las estrategias resilientes pasan por la aplicación de políticas de Desarrollo Local que consideren las capacidades y potencialidades de las comunidades locales para identificar y, en el mejor de los casos, alcanzar una ordenación del territorio que contribuya al bienestar social y ambiental de quienes las componen. En efecto, disponer de las herramientas tecnológicas adecuadas y del conocimiento territorial es lo que puede aportar una visión más integral de la Salud que escape de enfoques estrictamente médicos que ya están superados5; y ahondar en planteamientos en los que el componente social, e incluso humanístico, esté presente. Es el caso de los entornos saludables, que serían los lugares a los que cualquier comunidad debiera aspirar; y cuya consecución y mantenimiento puede alcanzarse a través de las denominadas estrategias botton-up (de abajo a arriba) que den cabida a los distintos agentes sociales implantados en un territorio mediante procesos de participación ciudadana o de innovación social. Este planteamiento, que entronca con paradigmas sociales de la salud, se configura a partir de la capacidad de emprendimiento que, con distinta intensidad, albergan las comunidades locales; que puede potenciarse mediante el liderazgo y la voluntad política. Se trataría de unas capacidades que desde el Desarrollo Local se vienen considerando desde hace décadas y que en el caso de la Salud permite identificar ejemplos paradigmáticos en los recientes trabajos de la Fundación Ashoka6, fundada por el Premio Príncipe de Asturias Bill Drayton, sobre la Innovación Social y la Salud en España. En ellos destacan al menos cinco grandes áreas de trabajo en los que se pone de manifiesto la importancia de lo local y la salud: discapacidad, envejecimiento, salud-medio ambiente, prevención-detección y educación. A partir de ahí es posible encontrar iniciativas en barrios, comunidades o ciudades que mejoran considerablemente la calidad de vida de residentes y potencian los entornos saludables.
En resumen, conocimiento del territorio y técnicas de análisis espacial son las aportaciones con las que desde la Geografía y el Desarrollo Local se puede contribuir para potenciar el desarrollo de los entornos saludables y enriquecer el desempeño de profesionales en materia de salud comunitaria.
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