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Nunca una medida sanitaria ha contribuido tanto a mejorar la calidad de vida de la población y evitar enfermedades, muertes y discapacidades como las vacunaciones, junto con la cloración y depuración de las aguas.
Esta medida tan extraordinaria ha estado siempre en la opinión pública y en el ojo del huracán, ya desde que Edward Jenner descubrió la primera vacuna, contra la viruela. La erradicación de la viruela, la casi eliminación de la poliomielitis (prevista para un futuro muy cercano) y el enorme descenso de la tasa de incidencia de muchísimas enfermedades dan por sentado que las vacunas funcionan y salvan vidas. Otras vacunas alcanzarán su objetivo en poco tiempo y, en un futuro que esperamos cercano, llegarán otras muy importantes.
¿Por qué hablamos tanto de vacunas? Las vacunas las utilizamos en personas sanas son un medicamento preventivo y muy «especial». Cuando conseguimos que una enfermedad prácticamente desaparezca, y seguimos vacunando frente a ella, cualquier evento adverso relacionado con vacunas es visto con lupa y medios de comunicación y sociedad se alarman. Estos eventos adversos en su inmensa mayoría son leves y autolimitados. Pero cuando estos se producen en personas sanas, alcanzan una mayor relevancia. Pero debemos seguir vacunando porque la enfermedad no ha desaparecido; la hemos controlado al reducir enormemente la tasa de susceptibles y, con ello, dificultar su transmisión. Y si se deja de vacunar, la enfermedad reemerge, como hemos
visto en muchos casos; ahora mismo con el sarampión en Europa y América.
Por diversas causas, se ha creado una susceptibilidad especial frente a las vacunas, alentada por diversos grupos (de diversas y diferentes características), que abogan por no vacunar, pero siempre sin bases de evidencia científica y despreciando los numerosos estudios que demuestran su alta efectividad y seguridad. Sus intereses son otros y ocultos. Y cuando unos padres deciden no vacunar a su hijo, y éste fallece (difteria, Olot 2015), ¿cómo debemos actuar? ¿Qué podemos hacer nosotros frente a esto? Según la OMS, en los 14 meses desde enero de 2018 hasta febrero de 2019 se han registrado más de 100.000 casos de sarampión y 90 muertes en 47 países de la Región Europea de la OMS. La enfermedad se puede prevenir casi por completo mediante dos dosis de una vacuna segura y eficaz.
Algunos no pueden disponer de ella, otros no quieren. Las enfermeras somos agentes de salud muy especiales,
por nuestra cercanía a la población y por la confianza que generamos, y una de nuestras funciones es educar a la población en salud y estilos de vida saludables. Hoy en día, y cada vez más, hablamos del empoderamiento y de la alfabetización en salud, pero para ello necesitamos tener claro, clarísimo, qué debemos ofrecer a la población, y eso pasa por una evidencia científica y actualizada para mejorar la salud de la población y prevenir enfermedades, discapacidades y muertes, frente a las que tenemos protección. Y pasa por ejercer nuestra función desde el conocimiento y la actitud. Un paso muy importante dado en los últimos tiempos por parte de las autoridades sanitarias es la publicación del «calendario común de vacunación a lo largo de toda la vida».
Un nuevo concepto: las vacunas no solo son para los niños ni la gripe, para las personas mayores; hay vacunas para todos y durante toda la vida. Esto debe entrar en la aptitud (conocimiento) y actitud (promoción) de toda enfermera ante toda persona que atendamos y cuidemos; toda persona es susceptible de recibir una vacuna, y cuando pensamos en adultos, especialmente aquellos con patologías de base. Con ello, no solo vamos a evitar enfermedades, también vamos a disminuir el riesgo de complicaciones de sus enfermedades crónicas; y a tener
los conocimientos y preparación suficiente para desmentir todas las mentiras y bulos circulantes: darle a la población la información veraz y científica para la mejora de la salud, darles instrumentos para decidir. Y acompañarlos en sus decisiones; nunca desde la imposición, siempre desde la educación en salud.
Pero este convencimiento debe comenzar por nosotras mismas, comprendiendo la necesidad estética y ética de no exponer a nuestros pacientes a infecciones que nosotras podamos transmitir. No es de recibo que una enfermera no conozca que puede infectarse del virus gripal y transmitirlo; no lo es que no conozca los síntomas reales de una gripe, ni que desconozca cómo funciona la vacuna que protege frente a ella y los beneficios que reporta. «Yo nunca enfermo de gripe». «Me vacuné un año y estuve todo el invierno con gripe». «La vacuna no funciona, he estado todo el tiempo con catarro», etc. son frases a desterrar de nuestro vocabulario, y hay que ayudar a desterrarlo del de nuestros pacientes. Cada año mueren en España entre 1.500 y 3.000 personas por complicaciones derivadas de la gripe. ¿A cuántos podríamos haber salvado ayudándoles a vacunarse? Peor todavía, ¿cuántos se han podido infectar en un entorno de atención sanitaria por no estar nosotras inmunizadas? El debate sobre la obligatoriedad de la vacunación continuará abierto. En vacunación infantil no nos debe preocupar, casi el 95% (debería ser el 100%) está correctamente vacunado en sus 2 primeros años de vida. Pero en adultos y sanitarios las cosas no son tan sobresalientes. Ofrecer a nuestros pacientes prevención (informando y aconsejando, esto es, educando, empoderando, alfabetizando) es obligación de toda enfermera. Ofrecerles prevención a través de nosotras mismas es otra obligación ética y estética que nunca debemos olvidar.
José Antonio Forcada Segarra
Enfermero de Salud Pública.
Secretario de la Asociación Nacional de
Enfermería y Vacunas (ANENVAC).
Presidente de la Asociación
Española de Vacunología (AEV).
Ronda Universitat, 33, entresuelo 1º A, 08007 Barcelona.
Tel: (+34) 93 200 80 33
Email: rol@e-rol.es
Whatsapp: +34 660 829 100
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