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Un joven recostado en una cama con barrotes a sus espaldas, el torso desnudo y unos pantalones azules cómodos de pijama, extiende el brazo que tiene conectado a una máquina: parece un panel de control con barómetros, del que le salen dos catéteres que se insertan en las venas del brazo extendido del paciente. Del extremo opuesto del lienzo surge una mano de mujer, sin duda la de una enfermera, que con su dedo índice apoyado en uno de los interruptores de la máquina, se acerca a la mano relajada y a su vez anhelante de la persona recostada: ésta es la portada que ilustraba el artículo central de la Revista Rol de Enfermería de marzo de 1982, titulada “Paciente en una unidad de hemodiálisis”. La pintura del artista Leopoldo Agis, que ilustró durante 22 años la revista, dando forma y testigo artístico de la evolución de la enfermería española durante décadas, reinterpreta “La Creación de Adán” de Michelangelo, la cual nos relata una escena del Génesis en la que Dios otorga la chispa de vida a Adán, en la imagen hasta el momento más humanista de dicha escena bíblica, poniendo a ambos personajes en un mismo plano, casi como un mismo ser en su relación íntima de ánima y ser animado.
Agis nos devuelve a esa escena primordial, trayéndonos esta vez a la dependencia vital del paciente con la máquina, la cual lo sostiene con vida gracias a la guía de la experta mano enfermera. La relación entre materia y vida ya no es solo una corriente energética entre dos entes, sino que está la máquina de por medio. La mano divina no insufla vida, sino que se apoya en el interruptor que permitirá a nuestro nuevo Adán seguir viviendo como ser dependiente de las leyes terrestres. Ironía artística la de rememorar “la chispa vital” en este cuadro, ya que si bien el paciente depende de la máquina, se trata de un ser con espíritu, el cual le viene otorgado por ese tacto divino, recordándonos tanto la mortalidad como la divinidad de quien extiende el brazo, alejándolo de su condición puramente material, vistiéndolo de una divinidad que no le es totalmente arrebatada por su dependencia con la máquina.
Ésta es solo 1 de las 224 obras que Agis creó para ilustrar el arte de la ciencia enfermera, para aportar una visión humanista al desarrollo vibrante de la profesión que se interpone entre la vida y la muerte, la salud o el deterioro, la recuperación o la recaída de los pacientes que pasan por sus cuidados. Una profesión con un desarrollo trepidante e incierto, como todo hoy en día, incluida la incorporación de la inteligencia artificial a nuestras vidas. Cerebros que almacenan todo el conocimiento que se les infiere, que aprenden de la información que destilan de las conversaciones con sus interlocutores y que son capaces de crear sistemas de conocimiento nuevos que nosotros no controlamos. Máquinas que, a diferencia del cuadro que simbolizaba la hemodiálisis, no se apagan con interruptores, sino que almacenan conocimiento para generar respuestas incansables a nuestras dudas humanas, que surgen de nuestros limitados cerebros, mientras ellos conjugan todo un saber que no se agota y que está al servicio de quien tenga acceso a los datos que vayan almacenando.
Máquinas que se convertirán en amigos de nuestros hijos, que nos consolarán ante la soledad no deseada, que se nutrirán de todos nosotros con su inagotable empatía y paciencia, con sus buenos consejos y superior capacidad de análisis, esculpiendo un mundo basado en intereses comerciales y tan fácilmente manipulable como son todas las dudas que albergan nuestros corazones.
Igual que la máquina que facilita la purificación de la sangre, un ente externo capaz de hacer lo que nosotros sin ella no podríamos, la inteligencia artificial esconde horizontes de posibilidades insondables. Con escenarios tan inquietantes como los de hacer prescindibles nuestras pobres y precarias capacidades humanas.
En uno de los cuadros de Agis, donde se habla de cuidados pediátricos, aparece un bebé alado, como una mariposa risueña, con una enfermera que tiene atado a su diminuto brazo un tensiómetro. El fondo del cuadro está compuesto por unas flores azules, llamadas Ipomea purpurea, comúnmente conocidas como gloria de la mañana, manto de María, don Diego de día, campanilla morada o –y aquí va mi favorito- quiebra platos. ¿Por qué escogió Agis este fondo? La planta no tiene propiedades medicinales. ¿Quedaba bien con las juguetonas alas del bebé rubicundo, o hacían referencia a su pillería, a las trastadas y dolores de cabeza que darían a su necesariamente despierta madre, para lidiar con todas sus travesuras?
No puedo introducir esta pregunta en ningún ChatGPT para que me dé la respuesta.
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