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Desconozco si cuando se publique este editorial la razón que lo motiva, que no es otra que la pandemia generada por el COVID-19, estará resuelta en gran medida o no. Espero que así sea y que la cotidianidad en nuestras vidas se haya empezado a instalar con cierta normalidad. Pero, en ualquier caso, lo que pretendo trasladar trasciende a la evolución de la pandemia y sus consecuencias generales a toda una sociedad y se instala en lo que la misma ha significado para las enfermeras.
Nadie a estas alturas cuestiona la aportación que las enfermeras, junto a otros muchos profesionales, sanitarios o no, vienen realizando desde que se iniciara esta crisis. Más allá de valoraciones científico profesionales o técnicas, que están claramente demostradas y no son objeto de cuestionamiento alguno, lo que sin duda ha trascendido a la opinión pública ha sido la actitud. Actitud que reúne, entre otras, la motivación, la implicación, el coraje, la renuncia personal, la dedicación plena, la proximidad, el esfuerzo, la empatía, la lucha, la superación diaria, la entrega, etc., que no vienen recogidos en ningún perfil de puesto de trabajo, ni tan siquiera en las competencias profesionales que definen un perfil profesional, sino que forman parte de la respuesta de las enfermeras y que obedece básicamente a lo que significa ser y sentirse enfermera, que no es otra cosa que el compromiso con la salud de la población en cualquier situación o circunstancia.
Las muestras de reconocimiento general hacia los profesionales de la salud están siendo patentes y generalizadas a través de signos que determinan agradecimiento colectivo como el hecho de los aplausos diarios desde el espacio de libertad que deja el confinamiento decretado, es decir, los balcones y ventanas de miles de hogares en toda España. Esta terrible crisis, paradójicamente, ha servido para que la permanente e injusta invisibilidad enfermera dejase paso a una visibilidad, aunque fuese compartida, tan necesaria como justa. Y digo compartida, porque es como corresponde que en estos momentos sea, ya que el trabajo es colaborativo y de equipo y como tal debe reconocerse.
Sin embargo, yo no me resisto a singularizar y destacar el trabajo específico de las enfermeras. Y lo hago por varias razones. En primer lugar, por hacerlo desde una tribuna enfermera. En segundo lugar, porque considero que, durante mucho tiempo, por no decir siempre, las enfermeras hemos sido extraordinariamente generosas al quedar fagocitada nuestra aportación específica por la general del equipo, que muchas veces no era tal; lo que, sin quererlo, contribuía a la invisibilidad y a la falta de reconocimiento que se incorporaba en el haber de otros profesionales o, en el mejor de los casos, en el del equipo u organización. Por eso onsidero que, alejándonos de posicionamientos corporativistas o chovinistas, es lícito que valoremos la individualidad del trabajo enfermero que tanto aporta al del equipo en que se integra.
Es cierto que se puede plantear que hacemos lo que como enfermeras nos corresponde, que es dar respuesta Esperemos que este ingente esfuerzo y esta extraordinaria dedicación se traduzcan, realmente, en una mayor valoración general, tanto de la sociedad como de los decisores sanitarios y políticos.
A las necesidades de salud que en cada momento plantea la sociedad, influidas por los factores, acontecimientos o circunstancias que puedan presentarse en cada momento. Pero no es menos cierto que la calidad y valor de cualquier profesional en general, y el de las enfermeras en particular, viene determinado por la respuesta dada ante situaciones excepcionales. Y, sin duda, la que estamos viviendo reúne todos los componentes de excepcionalidad que se puedan imaginar.
Pocas veces el cuidado habrá tenido mayor significado y significancia que en estos momentos en los que la incertidumbre, la ansiedad, el aislamiento, la soledad, la fragilidad y la vulnerabilidad reclamaban una respuesta humanitaria que fuese más allá de un respirador, una sonda, un pulsímetro o una cánula, y esa respuesta de cuidado está siendo dada por las enfermeras. Y es precisamente ese cuidado, esa atención individualizada, personal, específica la que está siendo valorada de manera especial por las personas y las familias atendidas, más allá de cualquier otra asistencia técnica que resulta imprescindible. El cuidado ha trascendido al ámbito doméstico y se ha situado en el plano de la aportación específica de las enfermeras, adquiriendo rango de importancia y de valor añadido a cualquier otra aportación.
Así pues, las enfermeras, a través de sus cuidados, han sido rescatadas de la subsidiaridad y la oscuridad para ser identificadas, reconocidas y aplaudidas en señal de agradecimiento por lo aportado y que, durante tanto tiempo, ha sido infravalorado en favor de otras aportaciones que, sin ser menos importantes, ocultaban el valor del cuidado y de quien lo presta.
Todo esto, además, se ha logrado “jugando en inferioridad de ondiciones”. Se está haciendo con un número de enfermeras que está muy por debajo de las necesidades reales de enfermeras por habitante, tal como se desprende de los datos, nada sospechosos, aportados por la OCDE o la OMS. Lo que le da mucho más valor si cabe, por el sobresfuerzo que está representando. Y se está haciendo, además, con un enorme coste humano y personal, derivado de los contagios, la falta de material, el cansancio, el estrés, la incertidumbre e incluso la muerte.
Pero la aportación enfermera no concluirá cuando todo esto remita o acabe en su fase de contagio, porque tras la misma empezará otra fase en la que las enfermeras deberemos dar respuestas a las necesidades que dicha fase generará en muchas personas, familias y la propia comunidad y que requerirán de una nueva aportación extra de cuidados que se situarán en otra dimensión, pero que tendrán tanta o más trascendencia que los aportados hasta ahora.
Esperemos que este ingente esfuerzo, esta extraordinaria dedicación y esta fantástica responsabilidad de las enfermeras se traduzcan, realmente, en una mayor valoración general, tanto de la sociedad como de los decisores sanitarios y políticos. Su aplauso no puede ser tan solo el realizado desde los balcones o los atriles; el mismo debe concretarse en acciones reales que permitan valorar y reconocer a las enfermeras más allá de las palabras de compromiso o de conveniencia.
Desde la revista ROL de enfermería, queremos trasladar nuestro agradecimiento por todo lo aportado, pero, sobre todo, nuestro profundo orgullo por haber conseguido que las enfermeras seamos algo más que un recurso humano o una parte del personal sanitario. Es decir, por haber logrado la visibilidad enfermera a través de aquello que la identifica, el valor del CUIDADO.
José Ramón Martínez Riera
REDACTOR JEFE DE ROL ENFERMERÍA
José Ramón Martínez Riera
REDACTOR JEFE DE ROL ENFERMERÍA
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