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Los determinantes sociales de la salud definen un marco inclusivo para todas las disciplinas que se interesan en el bienestar del ser humano. Para lograr programas de desarrollo efectivos, necesitamos la implicación de múltiples escalas territoriales, de los tres sectores de la economía (privado, público/académico y social) y de la sociedad civil. Al afrontar el reto desde un enfoque basado en la evidencia, se ha podido demostrar que la única forma efectiva de desarrollar e implementar acciones con un impacto positivo en salud es trabajando con las comunidades1.
En el trabajo de promoción, experimentación y transmisión de arquitecturas sociales y solidarias que desarrollamos en la asociación Quatorze[1], el diseño basado en la persona ha supuesto un puente, que va más allá de la frontera disciplinar de la arquitectura o del urbanismo. A través de situaciones de extrema precariedad urbana, trabajamos mano a mano con profesionales de otras disciplinas, especialmente relativas a las ciencias sociales (trabajo y educación social, antropología o sociología), pero también con pedagogía, salud pública, medicina, enfermería, artes, oficios o ingenierías. Estas nuevas asociaciones, partiendo de la experiencia usuaria, pueden permitirnos repensar la dimensión de “lo social”2.
Aunque puede verse como una complejidad añadida, articular la transdisciplinariedad con los intereses de los diferentes agentes presentes en los territorios supone oportunidades para aumentar el impacto de los procesos de transformación, siempre que sepamos aprovechar las relaciones entre los niveles disciplinares (empírico, propositivo, normativo y valórico). Esto supone ser rigurosos/as al confrontar los criterios técnicos a las intenciones o voluntades de personas y comunidades usuarias, de asociaciones locales o de entidades del Tercer Sector (ONGs), y a las agendas de los poderes públicos; es decir, a todos/as aquellos/as que pueden verse beneficiados/as o perjudicados/as con las consecuencias de los cambios que se llevan a cabo. Este sistema complejo, conforma un conjunto de ritmos y posturas entre agentes, que debe de acompasarse como si de una danza se tratara, para lograr tejer vínculos sostenibles a todos los niveles3.
En nuestro caso, ponemos el foco en las comunidades. Cuando las personas expertas en sus propias realidades, migran de un nivel disciplinar a otro a través de consensos, con base en sus experiencias personales, este tránsito marca un ritmo, que va reforzando las dinámicas de confianza dentro del propio grupo, hacia las personas profesionales que les acompañan y hacia el proceso de transformación espacial y social. De esta manera, la acción comunitaria tiene un impacto directo en la mejora del bienestar de la población4. Para conseguir un compás común que reavive la dimensión democrática en nuestras comunidades, las entidades que nos proponemos trabajar de forma proactiva en el espacio ciudadano5 debemos abandonar la búsqueda de líderes y buscar personas conectoras, poniéndolas en relación entre sí6.
Este es el baile del Desarrollo Comunitario Basado en Activos (ABCD por sus siglas en inglés)7,8, asumir que el desarrollo debe liderarse desde la propia comunidad, asociada a un territorio concreto, que descubra y conecte sus recursos existentes de forma inclusiva. Partir de aquello en lo que es fuerte para mejorar aquello que no funciona. Un enfoque que podemos enmarcar dentro de la perspectiva salutogénica, cambio de paradigma necesario que reemplaza el modelo de déficit imperante (prevención de riesgos, daños o enfermedades) por un modelo positivo (creación de salud y bienestar)9. Necesitamos marcar compases que nos acompañen de forma transdisciplinar y transectorial, entendiendo ambos enfoques como parte de un mismo modelo sinérgico10.
Siguiendo nuestra experiencia de trabajo de regeneración en barrios vulnerados11, vemos que la transformación espacial puede suponer una excusa perfecta para trabajar estas dimensiones sociales. Mediante la transformación comunitaria del entorno, podemos reunir grupos de personas interesadas, para que sean protagonistas del cambio en su propio entorno. Estamos comprobando que, aunque en un inicio las personas implicadas sean pocas, si mantenemos una postura inclusiva, el grupo inicial y sus componentes ejercen un efecto de desviación positiva dentro de su propia comunidad. Desde la creación de un Banco de Recursos durante la COVID-19, hasta la transformación de estercoleros en jardines12,13, las soluciones que adoptan estos pequeños grupos son difundidas dentro de su entorno, de forma que, la gente que todavía no se implica en el cambio social, puede ver cómo sus vecinos/as se enfrentan a los mismos desafíos y limitaciones, empleando comportamientos o estrategias poco comunes pero exitosas, que les permiten encontrar mejores soluciones.
Para comunidades desestructuradas, es necesario asumir un rol revulsivo y precipitar el movimiento con pasos hacia adelante, haciendo visible lo invisible (mapeando), identificando personas conectoras, generando momentos de intercambio, manteniendo conversaciones instructivas y ayudando en la construcción progresiva de relatos5. A partir de aquí, podemos plantearnos la planificación e implementación de acciones concretas para el cambio, atendiendo a los momentos clave en que la comunidad quiera tomar el control y sabiendo dar los pasos hacia atrás que sean necesarios para permitir el liderazgo ciudadano y que otros profesionales se unan a la danza, cada uno/a con su cadencia y coreografía particular, pero acorde al ritmo general.
Con la ayuda de un/a animador/a comunitario/a, avanzando a la velocidad de la confianza, las comunidades pueden descubrir, conectar y movilizar recursos locales, yendo desde dentro hacia afuera, dando forma al cambio de manera sólida y estable. Es posible que, a la hora de abordar temas concretos, estas asociaciones de personas no cuenten con las competencias necesarias y necesiten relevos, relaciones de confianza con profesionales de disciplinas concretas, que se verán abocados a interaccionar entre ellos/as para estar a la altura de las circunstancias. Dentro de este ejercicio, las dinámicas de toma de decisiones y de representación nos llevan a reflexionar sobre la necesidad de encontrar formas democráticas para la participación, en las que todos los agentes aportan una parte, reciben una parte, y sienten que forman parte del conjunto14.
En este punto, las instituciones públicas y privadas pueden intervenir, desechando la perspectiva asistencial15, proponiendo servicios que respondan de forma eficiente a necesidades concretas. Si echamos una mirada a la situación actual, parece evidente que la realidad de nuestras sociedades difiere en gran medida de lo que aquí planteamos. Parece que los mecanismos organizativos existentes no facilitan este tipo de interacciones, y que los pertinentes esfuerzos en promover la salud quedan convertidos, por falta de compás y de ritmo, en torpes intentos frente a comunidades estáticas, acostumbradas a un asistencialismo y una profesionalización crecientes. Sin embargo, también está quedando de manifiesto como a escala local, mediante la investigación-acción participativa, que se pueden obtener aprendizajes que supongan cambios globales.
Todo profesional en contacto con el espacio ciudadano puede encontrar sus herramientas propias, si se mira con estas lentes salutogénicas y basadas en activos10. De esta forma iremos descubriendo fórmulas transectoriales para trabajar a diferentes escalas al ritmo de las comunidades, que son (y siempre han sido) las únicas organizaciones capaces de producir salud y bienestar de forma inagotable16.
[1] Asociación francesa sin ánimo de lucro, según ley 1901 (www.quatorze.cc).
Daniel Millor Vela
ARQUITECTO COMUNITARIO Y DOCTORANDO EN SALUD PÚBLICA
Asociación Quatorze, París, Francia
Arquitectura Sin Fronteras Levante, España
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